No ve nada, no oye nada.
Está lejos de todos nosotros,
en un universo pagano.
VIRGINIA WOOLF
La casa de Lusik Aguletsi podría ser ella misma si Lusik fuese morada. La mujer es menuda y, manchada de pintura de tantos colores, parece un lienzo que hubiese caído en manos de Pollock. Camina enfundada bajo un gorro tradicional armenio, que sujeta con un pañuelo negro, anudado bajo su mandíbula. Sus ojos son directos y profundos como para albergar todo el mundo del que su buhardilla es miniatura. Cuando habla, sus ojos no dejan de mirar de un lado a otro; barren con delicadeza la cara y el cuerpo de su interlocutor. Porque ella no observa: analiza. A veces deja las pupilas quietas, entorna la boca y sonríe mostrando la parte superior de una dentadura perfecta. El cutis, el pelo, toda ella, irradian una belleza madura y joven a la vez. Como si pudiese hacer con el tiempo lo que le diese la gana.
Todo lo que permanece alrededor de ella es armenio por tradición. Infinidad de antigüedades de las que durante años ha ido haciendo acopio, mientras recorría aldeas con su marido en busca de la historia de Armenia, se agolpan en las paredes, en el suelo, como si su dueña temiese el vacío o la pared lisa y blanca. El cuarto al que nos conduce es oscuro y frío. Se sienta a la mesa y empezamos a hablar en torno a una fuente de madera, colmada de frutos secos y frutas deshidratadas, que tiene la forma con la que los armenios entienden la eternidad. Como una espiral que es una réplica del sol y del fluir de la vida.
—Hay personas que no puedes ver, pero están en tu imaginación. Los buenos y los malos. Cuando ves a alguien con ojos malos lo sabes. ¿Qué es Halloween para ti?
—Originalmente, una forma de alejar los malos espíritus y mantenerlos contentos.
—El significado es que tarde y noche ellos viven bajo tierra y luego salen. Nosotros también tenemos ese tipo de gente en Armenia.
—¿Quiénes?
—Ellos. Hace unos cincuenta años, los chicos, de veinte y trece años iban a casa de sus vecinos, tocaban a las puertas. Cantaban, se llevaban comida, flores…
Nos trasladamos a otra habitación. Lusik muestra los cinturones metálicos que ha reunido hasta hoy, un complemento importante en la tradición de su país. Ahora, la fuente de los frutos reposa sobre las fotocopias que hacen las veces de documentación para los libros que Lousik está escribiendo. Ofrece vino antes de subir a la buhardilla.
Cuando la mujer sale de habitaciones sobrecargadas de antigüedades armenias, ascendemos por unas escaleras, estira su breve cuerpo hasta el techo y empuja una puerta de madera. Así abre su imaginación, su mundo: el mundo pagano que ella ha creado y guardado en el ático de su casa, repleto de muñecos hechos por ella misma con paja y tela que representan a deidades paganas. Los dioses de Lusik son previos a los dioses armenios pre-cristianos, equivalencias de la Antigua Grecia en la Armenia politeísta. Sus muñecas representan, en su mayoría, fenómenos naturales.
Más de cincuenta muñecos se agolpan entre cuadros. Son las figuras que, dice, portaban los niños cuando salían a la calle a buscar, puerta por puerta, comida.
—Se llamaba Barekentan y era como Halloween, pero armenio. Tras adoptar el cristianismo, esos dioses se convirtieron en muñecos.
Lusik presenta a algunos de sus dioses y espíritus a medida que pasamos junto a ellos.
El dios del pan, con espigas de trigo.
Un ser alado, espíritu de la escritura.
Un dios de alas extendidas cuyo número, dice, es seis seis seis.
—¿Satanás?
—No, Satanás está en otro sitio. Ahora lo vemos.
[…]
Este es solo un fragmento de ‘Un mundo en la buhardilla’. La historia completa aparece en ‘Heridas del viento. Crónicas armenias con manchas de jugo de granada’.
Como pillé a Lusik pintando y no pude retratarla con el atuendo armenio, comparto este vídeo de TVMSKH para que podáis verla como a ella le gustaría: